Hacía mucho tiempo que los empresarios más acaudalados no se entusiasmaban tanto con el negocio de la información. El fundador de Amazon, por ejemplo, pagó 250 millones de dólares por The Washington Post. ¿Cómo se puede ganar dinero con un medio de comunicación? ¿Los mecanismos son los mismos que emplearon los pioneros del sector en Estados Unidos? Por este y otros tópicos se pasea Justin Fox, editor ejecutivo de Harvard Business Review en una nota para The Atlantic
Control personal sobre los contenidos propios, mejor interconexión, más proyección, menos barreras: eso es parte de lo que buscan. Es una generación que se organiza para descentralizar Internet y abrir lo que consideran son mayores espacios de libertad, sin restricciones corporativas. Y a su manera ya están haciendo el futuro del mundo en línea. Una aproximación al “movimiento” en Slate
Ya conocemos las espantosas estadísticas sobre inseguridad y homicidios en Latinoamérica: aquí están las ciudades con mayores índices de asesinatos en el mundo. En algunas de ellas, sin embargo, se está notando el efecto positivo de invertir en una mejor infraestructura lúdica. Canchas, parques, espacios públicos en buen estado y combinados con programas recreativos aportan mucho a la reducción de la violencia. Ejemplos de esto en El País
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El robo de una computadora condujo al descubrimiento: el profesor William J. Vahey, del Colegio Americano de Managua, drogaba a sus alumnos y abusaba de ellos. Durante décadas fue docente en planteles privados que hacen red con el sistema de estudios estadounidense en diversos países, incluidos España, Venezuela y Reino Unido. El FBI ha identificado a 90 víctimas solo desde 2008. Son muchas más. Su historia en El País
Jon Lee Anderson, uno de los más respetados cronistas de la actualidad, hizo para The New Yorker un perfil de Gabriel García Márquez que fue publicado en septiembre de 1999. A partir de entonces entabló amistad con el Nobel. Ahora traza un recuerdo afectuoso, pleno de anécdotas y salidas disparatadas del escritor, nuevamente en The New Yorker
