
Por Fernando Núñez Noda / @nuneznoda
«House of Cards» (HoC), la serie de Netflix calificada como «crack televisivo» por lo adictiva que resulta, es el poder detrás del poder sin escrúpulos pero esclavo de las formas y del disimulo. En la tercera temporada es el poder puro aunque agobiado por los mil demonios que desata.
Vale recordar que HoC es la primera serie televisiva de alto presupuesto que se estrena en internet antes que en los canales de cable o satélite. Con esto se rompen muchos paradigmas. Por ejemplo, se liberaron los trece capítulos de una vez, no uno por semana como es estándar en la industria.
A Kevin Spacey hay que darle una ovación de pie por su papel de Francis Underwood, un político que escala sobre las espaldas y «cadáveres políticos» que va dejando en el camino, aliado a su no menos ambiciosa esposa Claire, en un regio papel de Robin Wright.
Pero la capital, aunque cimera en el ranking político, también está sujeta a los cambios y disrupciones de internet y la “Era de la Información”. Los “nuevos medios” masivos, la opinión pública empoderada e hiperconectada, el gobierno queriéndose acercar al Hermano Mayor de Orwell, los “hackers” como nuevos soldados de una guerra silenciosa todo eso fluye e influye poderosamente las maquinaciones dentro y fuera de Washington.
Frank encarna el ideal maquiavélico y las 48 Leyes del Poder de Robert Greene: un foco de rayo láser en el máximo premio; la simulación como arte; la habilidad de ser «el segundo» cuando hace falta; la táctica hitleriana de crear desarmonías calculadas entre sus aliados y todo el manual de la ambición estructurada. De ser el «whip» de los Demócratas en el Congreso, asciende meteóricamente a la Vicepresidencia y la tercera temporada lo encuentra en una oficina curva…
Choque de prensas
A 40 años de la renuncia de Richard Nixon gracias a dos periodistas y un informante, ahora Frank mismo es el informante, a través de relaciones muy distintas con la prensa. No excluye arreglos carnales, pero hay nuevas situaciones: el periodista-estrella con buen alcance en redes sociales; la importancia de la “conversación” 2.0 sobre los tópicos de atención políticas. Los astutos Underwood no solo saben enfrentar publicidad adversa (y vaya que les llueve) sino generarla hacia sus enemigos (y vaya que los tienen).
Con la reportera novata Zoe Barnes, el congresista tiene la salida anónima a un gran medio y también intensas discusiones en Twitter, Facebook y blogs. El «Cuarto Poder» se ha descentralizado de las organizaciones a los individuos, porque cada periodista, comentarista e influenciador tiene su propio ecosistema. A veces mayor en seguidores e influencia que su propio medio.
Zoe gana fama rápidamente en el ficticio Washington Herald, pero sus colegas “tradicionales” la consideran oportunista y de valores dudosos. En una secuencia muy emblemática, el Director de la vieja escuela se propasa verbalmente y ella tuitea la ofensa aclarando que: «Cuando le hablas a una persona le estás hablando a miles». Ese tuit provoca el despido del Director.
Entre Frank y Zoe, así como con su Jefe de Staff o su esposa, hay un intenso “chateo”, un cruce de mensajes de texto. Aparecen en pantalla como un diálogo silencioso. La revista Mad dice cínicamente que la secuencia no es creíble porque nadie escribe tanto y tan rápido sin cometer innumerables gazapos. Pero es una exageración que se le perdona a los realizadores y a Mad, por supuesto.
El Washington Herald vive y sufre la angustia existencial de todo periódico de papel con una versión en línea. Su modelo de negocios tradicional es abandonado por las grandes masas y el nuevo no produce los dividendos esperados… La vieja guardia de editores del papel convive con una horda más parecida a los hippies de los 60 que a los yuppies de los 80. Jóvenes periodistas (y no periodistas) criados en un mundo conectado 24/7 que ya ven más YouTube que artículos de texto. Que manejan tanta mensajería e intercambios en una hora como antes del teléfono digital en un día completo.
Es emblemático el cambio que da Zoe del Herald al Slugline, una “webzine”. Los productores de contenido publican desde sus móviles y no hay revisión editorial previa. Son notables por sus “tubazos” (breaking news), una línea directa entre cada periodista y la audiencia, que ahora es “comunidad” en virtud de su capacidad para comentar, responder y difundir los artículos. Nunca ha habido más libertad y participación pero a la vez caos y anarquía informacional.
Los políticos, que siempre han llevado la voz cantante, a veces no comprenden esta nueva realidad. Frank la maneja como un artista, un creador de opinión y conversación en las redes, aunque sean mensajes manipulados, tendenciosos o abiertamente falsos.
Hacker Nation
A partir de los atentados del 11S de 2001, una paranoia se apoderó de los EEUU. La amenaza terrorista se hizo prioridad nacional. Crearon Homeland Security y posteriormente la NSA (National Security Agency), además de reforzar las operaciones del FBI y la CIA. Esto dio a los organismos de seguridad nacional un poder inusitado para luchar contra amenazas en el mundo físico y también en internet.
Esa desmesura es el centro del escándalo de Edward Snowden, quien publicó cientos de documentos confidenciales en 2013 que mostraron que el gobierno estadounidense tiene tentáculos digitales más allá de lo imaginado: en los buzones de correos de primeros ministros aliados, embajadas, así como sus mismísimos teléfonos. El escándalo reveló que hay docenas de gobiernos en la misma faena, aliados con cientos de empresas y proveedores privados.
Además de lo terrible que resulta la ofensiva enemiga en la red, también inquieta el uso que el gobierno de EEUU pueda darle a ese privilegiado acceso a nuestros secretos digitales. En HoC se sugiere que este acceso existe y que, con los contactos adecuados, un congresista como Frank puede, a través de su “consiglieri” Doug Stamper, tener acceso a sistemas poderosos que logran saber el dónde, qué, con quién o cuándo de la gente en una sociedad donde la huella digital es inocultable.
Hay una secuencia aterradora, en la cual Doug presiona a un hacker que trabaja para el FBI a que localice a una testigo clave (para eliminarla, claro). Por descarte, por asociación, geolocalización y otros criterios establecen el posible paradero de la chica, para lo cual obtienen acceso a todas las cámaras de monitoreo del tráfico. Y la encuentran.
La “Deep Web”, un ámbito oscuro pero masivo, no indexado por motores de búsqueda, que según expertos comprende 96% de la información de internet. Ese es el terreno de la guerra silenciosa entre EEUU y naciones hostiles y en HoC es fuente de intrigas, espionaje y manejos ilegales.
Veremos qué trae la cuarta temporada (anunciada para 2016) en esta serie fascinante, adictiva, oscura, nada idealista ni políticamente correcta. Pero no hay dudas de que la gran red seguirá siendo terreno fértil para las intrigas de Frank Underwood, el antihéroe del siglo XXI, el personaje que uno ama odiar en este castillo de naipes, es decir, en esta House of Cards.
Assange, Snowden y Greenwald causaron un terremoto mundial al filtrar información secreta y privilegiada del Gobierno de Estados Unidos. ¿Por qué hicieron lo que hicieron? Se lo revelamos en este Reportaje
La cumbre de las mentiras Next Post:
“Me prometieron un país que no existe”