Abrumados por la falta de tiempo, de dinero o de amigos tomamos las peores decisiones: nuestro cerebro ya no funciona bien, dejamos de pensar con claridad. La sensación de lo que falta nos aplasta, consume toda capacidad de raciocinio y nos hace más pobres. Comprender este mecanismo ayuda a romper el ciclo perverso de la escasez
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