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Tres décadas han pasado entre la gráfica elemental de Space Invaders y el asombro realista de Destiny. Y en medio, generaciones que han crecido alimentadas por la dinámica de los videojuegos. Y nos queda un gran misterio por desvelar: ¿se trata de un esparcimiento sin mayor trascendencia o hay un efecto en la mente y la conducta de quien se sienta durante horas ante una pantalla a vivir estas fantasías generalmente cargadas de acción y violencia? ¿Cuál es el verdadero poder de los videojuegos?.
La discusión sobre si exacerban o aplacan los impulsos violentos sigue en pie. Y mientras tanto, han surgido algunas iniciativas para aprovechar su potencial constructivo: Peace Maker, por ejemplo, cuyo objetivo es que el jugador logre un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Son los juegos de impacto social, una gran herramienta para generar cambios positivos en la sociedad en un mundo en el que 500 millones de personas dedican al menos una hora diaria a los juegos de video.
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